La ansiedad es uno de los términos psicológicos que, en las últimas décadas, han inundado con fuerza el vocabulario general. Desde nuestra familia y amigos, desde las noticias, desde las películas y la televisión, la palabra “ansiedad” nos rodea allá donde vayamos: “soy muy ansioso”, “la ansiedad no me deja dormir”, “esta ansiedad me está matando”. Algunos expertos, incluso, se refieren a las últimas décadas como la “Era de la Ansiedad”. Pero, ¿qué es exactamente la ansiedad?
Definimos la ansiedad como la “anticipación desagradable de una amenaza”. En realidad, es un concepto muy similar al miedo: “angustia provocada por la presencia de un peligro”. Pero dos aspectos dan a la ansiedad toda su complejidad: a) la amenaza puede ser tanto externa (un despido, un accidente, una catástrofe) como interna (la soledad, el sufrimiento, la pena); b) que nos referimos, siempre, a una amenaza percibida. Al fin y al cabo, ¿quién puede ser el juez absoluto de qué es una amenaza real, irreal o irrelevante? Lo que para uno es insoportable, o valioso, para otro puede ser insignificante.
¿Cómo se siente la ansiedad? ¿cómo se vive? Algunos la experimentan como una presión en el pecho, una sensación de falta de aire y de agobio. Para otros, la ansiedad es sentir el corazón latiendo desbocado, las manos sudorosas y las piernas temblorosas. Otros la describen como una preocupación constante, como si la mente se le escapase de las riendas y buscase peligros donde no los hay. Para otros, incluso, la ansiedad es desasosiego e inquietud.
Hay tantas ansiedades, por tanto, como personas, y cada persona la experimenta de una forma particular. Pero hay un aspecto que no debemos olvidar: la ansiedad es necesaria, y es parte de nuestra existencia como ser humano. En un grado normal, siempre ha sido necesaria para sobrevivir. Nos mantiene alerta ante el peligro, nos da fuerza frente a él, y busca nuestro bienestar y el de los nuestros.
Los animales sienten miedo. Viven en lo inmediato, en los estímulos que le rodean: un ruido, sensación de hambre, un olor. No pueden recordar, no pueden pensar en el futuro. Cuando una amenaza aparece, tienen miedo: o se paralizan, o huyen, o luchan. Cuando la amenaza desaparece, el miedo desaparece. Los humanos, sin embargo, somos más complejos. No vivimos en lo inmediato: vivimos a través del lenguaje, que nos permite recordar el pasado, preocuparnos por el futuro, incluso imaginar posibilidades. Las amenazas, para los humanos, no son sólo un estímulo presente: puede ser un estímulo imaginado o recordado. Eso es la ansiedad. Es un miedo más allá de lo que está presente, aquí y ahora. Un miedo a lo que pasó y puede repetirse, un miedo a lo que quizá ocurra, un miedo a lo que podría ocurrir, un miedo a lo que podríamos llegar a ser. Un miedo mediado por el lenguaje.
La ansiedad es problemática cuando está sobredimensionada. Cuando inunda nuestro día a día constantemente y sin pausa, dejándonos paralizados. Cuando nos acosa durante años asfixiando nuestro bienestar, dejando nuestro cuerpo en tensión, impidiéndonos descansar. Cuando no comprendemos la amenaza de que nos habla. Cuando estalla en ataques de pánico, u obsesiones. Ése es el momento de consultar a un psicólogo. ¡Pero no pensemos que el problema es únicamente la ansiedad que, como una fiebre o una infección, tenemos que extirpar! La ansiedad es como la luz roja de emergencia que nos avisa que, lo sepamos o no, algo no marcha como debe en nuestra vida. Y el psicólogo será nuestro guía y compañero en la búsqueda de la solución.
¿Las buenas noticias? La ansiedad no es el enemigo, sino una parte de nosotros. En cierta forma, nos señala el camino. Eliminado el peligro que nos acecha, real o no, grande o pequeño, lo que nos espera tras el reto es el crecimiento como persona: un mejor conocimiento de nosotros mismos, bienestar y autoconfianza.